Yrigoyen en la anécdota de un Conservador.
Por Leandro Querido.
Politólogo UBA.
Son muchos y
buenos los libros que se ocupan de este político que habiendo nacido a mediados
del siglo XIX le tocó gobernar la nueva Argentina de los comienzos del siglo
XX.
Puedo destacar
en este sentido el de Osvaldo Álvarez Guerrero, el de Horacio Oyhanarte, Manuel Gálvez o el
clásico libro de Félix Luna como así también el aporte de Moisés Lebensohn o
los recientes trabajos de Aracelli Bellota y Marcelo Padoam, este último libro
titulado “Jesús, el Templo y los viles
mercaderes”.
Pero en esta
oportunidad me voy a quedar con un libro escrito por un hombre muy
representativo del denominado Orden Conservador, se trata de Carlos Ibarguren
Uriburu.
Me topé de
casualidad con sus memorias escritas, “La
historia que he vivido”. Estaba colaborando en el libro de Hugo Chumbita, “Hijos del país, San Martín, Yrigoyen y Perón”,
cuando lo encontré en una librería de viejo en la Avenida de Mayo.
El autor fue
un salteño que nació en 1877 y murió en 1956; observó y describió con lucidez
el proceso de la Revolución
de 1890, también le aportó contenido a los gobiernos conservadores de su época
cuando le tocó ser funcionario, en este sentido podemos destacar su gestión al
frente del Ministro de Justicia del Gobierno de Roque Sáenz Peña entre otros
cargos.
Como testigo
de los cambios que se dieron en el país, y que tenían que ver con la
democratización de los derechos políticos, supo dejar entrever lo que sentían
sus pares, los liberales y conservadores, ante el avance de un gobierno para
ellos ajeno.
Desde 1862 a 1916, es decir
durante 54 años, gobernaron la
Argentina de espaldas al pueblo, su fórmula era simple:
derechos civiles para todos, derechos políticos para pocos. El Estado estaba
manejado por sus dueños, por los dueños de la tierra, la banca y el comercio.
Cuando
Hipólito Yrigoyen encabezó la lucha contra el “Régimen” se le achacaba desde el
gobierno que no tenía programa; el contestaba que su programa era el
cumplimiento de la
Constitución, y así consagrar el mandato de los
independentistas de Mayo.
Los
conservadores entendieron que la “chusma” no podía gobernar; distintos trabajos
seudociéntificos de esta época, signada por un agresivo positivismo, aseguraban
que la muchedumbre era inmadura y que no podía ejercer el derecho al voto. Se
encontraba esta en un estado casi adolescente y debido a ello necesitaba de una
suerte de tutores políticos. Lo cierto es que el avance del movimiento popular
que encabezaba Yrigoyen era considerado como un atentado contra las buenas costumbres
y la tradición. Nuestro país fue concebido por las distintas facciones
conservadoras como una empresa privada que debía tener gerentes con buena
llegada a las casas matrices, es decir a los países del primer mundo, sobre
todo a Gran Bretaña. El Modelo Agroexportador comenzaba a dar sus primeros
pasos allá por fines de la década del 70 del siglo XIX y nada debía atentar
contra su futuro alentador.
A principios del
siglo XX Hipólito Yrigoyen consolidó el primer partido político moderno de
nuestro país; lo hizo en soledad, al margen del calor estatal y para ello se
valió de una conducta irreductible que se vió plasmada en la revolución de
1905. Los diarios de la época soslayaron este suceso y solo publicaron los
dibujos de los “goalkeepers”del fútbol inglés del momento.
Todo esto fue
observado por Carlos Ibarguren. Luego de la reforma electoral de 1912 la Unión Cívica Radical comenzó su
marcha hacia el triunfo electoral de 1916.
Cuando esto
sucedió los conservadores tuvieron la sensación de que el Estado, su casa,
había sido tomada. Para ellos el radicalismo era una suerte de movimiento
“okupa”.
Las
instituciones rápidamente cambiaron su fisonomía y así lo confirma la anécdota
anunciada. Carlos Ibarguren, ya desplazado por el gobierno radical, le solicitó
una entrevista al presidente Hipólito Yrigoyen que rápidamente fue otorgada.
Cuando este ex
funcionario llegó a la Casa Rosada
ingresó por un pasillo que lo llevaba al despacho presidencial. En el vestíbulo
se encontró con este paisaje: “El
espectáculo que presentaba la casa de gobierno, a la que yo no iba desde hacia
varios años y que observé al pasar por salas y pasillos, era pintoresco y
bullicioso. Como un hormiguero la gente, en su mayoría mal trajeada, entraba y
salía hablando y gesticulando con fuerza, diríase que esa algarabía era más
propia de comité en vísperas electorales que de la sede del Gobierno. Un
ordenanza me condujo a una sala de espera, cuya puerta, cerrada con llave,
abrió para darme entrada y volvió a clausurar herméticamente. Vi allí un
conjunto de personas de las más distintas cataduras: una mujer de humilde
condición con un chiquillo en los brazos, un mulato en camiseta, calzado con
alpargatas, que fumaba y escupía sin cesar, un señor de edad que parecía
funcionario jubilado, dos jóvenes radicales que conversaban con vehemencia de
política con un criollo medio viejo de tez curtida, al parecer campesino por su
indumentaria y acento”.
Ibarguren
estaba impactado, sorprendido por la decadencia en la que se encontraba “su”
casa al poco tiempo de haberla entregado. Ahora bien, esta anécdota sirve para
dejar en claro que el cambio que representó el radicalismo, a través de la
figura excluyente de Hipólito Yrigoyen, fue político pero por sobre todas las
cosas cultural y social.
Un cambio de
época que no todos pudieron comprender y que significó el inicio de la
democratización de nuestro país en un sentido amplio del término.