martes, 3 de julio de 2012

El mulato en alpargatas y camiseta visita al presidente.


Yrigoyen en la anécdota de un Conservador.



Por Leandro Querido.
Politólogo UBA.


Son muchos y buenos los libros que se ocupan de este político que habiendo nacido a mediados del siglo XIX le tocó gobernar la nueva Argentina de los comienzos del siglo XX.
Puedo destacar en este sentido el de Osvaldo Álvarez Guerrero, el de Horacio Oyhanarte, Manuel Gálvez o el clásico libro de Félix Luna como así también el aporte de Moisés Lebensohn o los recientes trabajos de Aracelli Bellota y Marcelo Padoam, este último libro titulado “Jesús, el Templo y los viles mercaderes”.
Pero en esta oportunidad me voy a quedar con un libro escrito por un hombre muy representativo del denominado Orden Conservador, se trata de Carlos Ibarguren Uriburu.
Me topé de casualidad con sus memorias escritas, “La historia que he vivido”. Estaba colaborando en el libro de Hugo Chumbita, “Hijos del país, San Martín, Yrigoyen y Perón”, cuando lo encontré en una librería de viejo en la Avenida de Mayo.
El autor fue un salteño que nació en 1877 y murió en 1956; observó y describió con lucidez el proceso de la Revolución de 1890, también le aportó contenido a los gobiernos conservadores de su época cuando le tocó ser funcionario, en este sentido podemos destacar su gestión al frente del Ministro de Justicia del Gobierno de Roque Sáenz Peña entre otros cargos.
Como testigo de los cambios que se dieron en el país, y que tenían que ver con la democratización de los derechos políticos, supo dejar entrever lo que sentían sus pares, los liberales y conservadores, ante el avance de un gobierno para ellos ajeno.
 
Desde 1862 a 1916, es decir durante 54 años, gobernaron la Argentina de espaldas al pueblo, su fórmula era simple: derechos civiles para todos, derechos políticos para pocos. El Estado estaba manejado por sus dueños, por los dueños de la tierra, la banca y el comercio.
Cuando Hipólito Yrigoyen encabezó la lucha contra el “Régimen” se le achacaba desde el gobierno que no tenía programa; el contestaba que su programa era el cumplimiento de la Constitución, y así consagrar el mandato de los independentistas de Mayo.
Los conservadores entendieron que la “chusma” no podía gobernar; distintos trabajos seudociéntificos de esta época, signada por un agresivo positivismo, aseguraban que la muchedumbre era inmadura y que no podía ejercer el derecho al voto. Se encontraba esta en un estado casi adolescente y debido a ello necesitaba de una suerte de tutores políticos. Lo cierto es que el avance del movimiento popular que encabezaba Yrigoyen era considerado como un atentado contra las buenas costumbres y la tradición. Nuestro país fue concebido por las distintas facciones conservadoras como una empresa privada que debía tener gerentes con buena llegada a las casas matrices, es decir a los países del primer mundo, sobre todo a Gran Bretaña. El Modelo Agroexportador comenzaba a dar sus primeros pasos allá por fines de la década del 70 del siglo XIX y nada debía atentar contra su futuro alentador.

A principios del siglo XX Hipólito Yrigoyen consolidó el primer partido político moderno de nuestro país; lo hizo en soledad, al margen del calor estatal y para ello se valió de una conducta irreductible que se vió plasmada en la revolución de 1905. Los diarios de la época soslayaron este suceso y solo publicaron los dibujos de los “goalkeepers”del fútbol inglés del momento.

Todo esto fue observado por Carlos Ibarguren. Luego de la reforma electoral de 1912 la Unión Cívica Radical comenzó su marcha hacia el triunfo electoral de 1916.
Cuando esto sucedió los conservadores tuvieron la sensación de que el Estado, su casa, había sido tomada. Para ellos el radicalismo era una suerte de movimiento “okupa”.
Las instituciones rápidamente cambiaron su fisonomía y así lo confirma la anécdota anunciada. Carlos Ibarguren, ya desplazado por el gobierno radical, le solicitó una entrevista al presidente Hipólito Yrigoyen que rápidamente fue otorgada.
Cuando este ex funcionario llegó a la Casa Rosada ingresó por un pasillo que lo llevaba al despacho presidencial. En el vestíbulo se encontró con este paisaje: “El espectáculo que presentaba la casa de gobierno, a la que yo no iba desde hacia varios años y que observé al pasar por salas y pasillos, era pintoresco y bullicioso. Como un hormiguero la gente, en su mayoría mal trajeada, entraba y salía hablando y gesticulando con fuerza, diríase que esa algarabía era más propia de comité en vísperas electorales que de la sede del Gobierno. Un ordenanza me condujo a una sala de espera, cuya puerta, cerrada con llave, abrió para darme entrada y volvió a clausurar herméticamente. Vi allí un conjunto de personas de las más distintas cataduras: una mujer de humilde condición con un chiquillo en los brazos, un mulato en camiseta, calzado con alpargatas, que fumaba y escupía sin cesar, un señor de edad que parecía funcionario jubilado, dos jóvenes radicales que conversaban con vehemencia de política con un criollo medio viejo de tez curtida, al parecer campesino por su indumentaria y acento”.
Ibarguren estaba impactado, sorprendido por la decadencia en la que se encontraba “su” casa al poco tiempo de haberla entregado. Ahora bien, esta anécdota sirve para dejar en claro que el cambio que representó el radicalismo, a través de la figura excluyente de Hipólito Yrigoyen, fue político pero por sobre todas las cosas cultural y social.
Un cambio de época que no todos pudieron comprender y que significó el inicio de la democratización de nuestro país en un sentido amplio del término.